La muerte de Iván Ilich»: Una confrontación con el dolor, el sufrimiento y la búsqueda del propósito de la vida
En 1886, León Tolstói publicó una breve novela titulada «La muerte de Iván Ilich», una obra que resonó profundamente en la conciencia humana. Este relato, más que una simple narrativa, toca las fibras sensibles de la existencia humana al explorar dos temas universales y eternos: el dolor y la búsqueda del significado de la vida.
El dolor, en sus diversas formas y manifestaciones, es una experiencia que trasciende épocas y culturas. Sin embargo, en la era posmoderna, caracterizada por la pérdida de referentes y la desorientación, esta experiencia se magnifica, afectando de manera única al individuo contemporáneo.
Por otro lado, la búsqueda del sentido de la vida se convierte en una obsesión constante en un mundo donde las respuestas tradicionales han perdido su validez y donde el individuo se enfrenta a la tarea monumental de construir su propia narrativa existencial.
«La muerte de Iván Ilich» no solo es una obra literaria, sino también un espejo en el que el lector contemporáneo puede reflejar sus propias inquietudes y dilemas existenciales. Es un recordatorio de la fragilidad de la vida y de la urgencia de encontrar significado en un mundo aparentemente carente de él.
A través de esta obra maestra, Tolstói nos invita a reflexionar sobre la naturaleza efímera de la existencia humana y sobre la necesidad de buscar un propósito que trascienda el mero transcurrir del tiempo.
La obra de Tolstói brinda una profunda reflexión sobre la vida, abordada desde la perspectiva inevitable de la muerte. Iván Ilich, un hombre de 45 años, ha forjado una destacada carrera como funcionario y ha seguido diligentemente las normas de la sociedad. En muchos aspectos, representa el ideal ciudadano, con su único anhelo siendo vivir una vida «fácil, agradable, entretenida y siempre decente y aprobada por la sociedad». Sin embargo, cuando una extraña enfermedad lo aflige gravemente, dejando a los médicos perplejos ante su diagnóstico y tratamiento, Iván comienza a cuestionar la validez de sus elecciones y la esencia misma de su existencia.
El relato se inicia con la reacción de los colegas y amigos ante la muerte de Iván, que revela una fría indiferencia y hasta un alivio ante la partida del difunto. Para algunos, su deceso abre oportunidades de ascenso, mientras que para otros, la obligación de cumplir con los rituales sociales asociados con la muerte les resulta incómoda. «Es él quien ha muerto, no yo», parece ser el pensamiento compartido entre ellos. Por otro lado, la esposa de Iván muestra un interés superficial, centrado en la compensación económica que pueda obtener del Estado. Este retrato desolador evidencia una vida que ha transcurrido sin dejar una marca significativa, ni siquiera en aquellos más cercanos.
En «La muerte de Iván Ilich», Tolstói no solo nos ofrece una narrativa conmovedora, sino que nos invita a reflexionar sobre la fragilidad de la existencia humana y la importancia de buscar significado más allá de las convenciones sociales. Es un recordatorio de que la verdadera realización no se encuentra en la mera búsqueda de comodidad y aceptación social, sino en el descubrimiento y la realización de nuestra propia autenticidad y propósito en la vida.
La novela de León Tolstói, «La muerte de Iván Ilich», es una profunda y conmovedora reflexión sobre la vida y la inevitabilidad de la muerte. El protagonista, Iván Ilich, es un hombre de 45 años que ha construido una brillante carrera como funcionario público. Conocido por su estricto cumplimiento de sus deberes, Iván se ve a sí mismo como el ideal perfecto de ciudadano. Su único deseo ha sido llevar una vida que él considera «fácil, agradable, entretenida y siempre decente», una existencia que es aceptada y aprobada por la sociedad.
Sin embargo, su vida da un giro drástico cuando se enferma gravemente debido a una misteriosa dolencia que los médicos no pueden diagnosticar ni curar. Este inesperado golpe a su salud lo lleva a una dolorosa exploración interna. A medida que la enfermedad avanza y su condición empeora, Iván Ilich comienza a cuestionar todo lo que siempre había dado por sentado. Se da cuenta de que su vida, que él consideraba perfecta, no ha sido más que una sucesión de actos vacíos y triviales.
La novela profundiza en la transformación interna de Iván, quien se enfrenta a la inevitabilidad de la muerte y a la realización de que su existencia ha carecido de verdadero significado y autenticidad. Tolstói utiliza la agonía física y emocional de Iván para explorar temas universales como el miedo a la muerte, la búsqueda del sentido de la vida y la hipocresía de las convenciones sociales.
En su lecho de muerte, Iván experimenta una serie de revelaciones que lo llevan a una comprensión más profunda de la vida y la muerte. Reconoce que ha vivido de acuerdo con las expectativas de los demás en lugar de seguir sus propios deseos y necesidades auténticas. Esta autoconciencia tardía lo libera en sus últimos momentos, permitiéndole finalmente aceptar la muerte con una sensación de paz.
El libro comienza con la reacción de los colegas y amigos ante la muerte de Iván Ilich. Para algunos, este acontecimiento representa una oportunidad de ascenso laboral, pero, sobre todo, les provoca un profundo desagrado por tener que cumplir con las obligaciones sociales relacionadas con el suceso. Tolstói describe esta actitud con claridad: «El deceso de un conocido cercano no suscitó en ninguno de ellos, como suele ser el caso, más que un sentimiento de alegría, pues había sido otro quien había pasado a mejor vida. ‘Es él quien ha muerto, no yo’, pensaron o sintieron todos.»
En cuanto a la esposa del difunto funcionario, su única preocupación es la suma de dinero que podría cobrar del Estado debido a la muerte de su marido. Este frío interés financiero refleja un panorama desolador: una vida que ha pasado sin dejar huella significativa, ni siquiera en aquellos más cercanos a Iván. La indiferencia y egoísmo de los que le rodean resaltan la vaciedad y superficialidad de las relaciones humanas que Iván cultivó a lo largo de su vida.
Tolstói continúa relatando la exitosa carrera de Iván Ilich, comenzando desde sus tiempos como estudiante en la Facultad de Jurisprudencia. Tras graduarse con honores, Iván Ilich rápidamente asciende en el mundo profesional, eventualmente alcanzando el prestigioso puesto de juez en una de las provincias rusas. Este ascenso no solo es una muestra de su habilidad y dedicación, sino también de su astucia para navegar las complejidades del sistema judicial ruso.
Paralelamente a su carrera, Iván se casa con Praskovia Fiódorovna, una de las jóvenes más atractivas y brillantes de su círculo social. Este matrimonio es visto por muchos como una alianza ideal, reforzando aún más la imagen de éxito y estabilidad que Iván proyecta. Praskovia, con su encanto y talento, complementa perfectamente la vida pública de Iván, aunque su relación tiene sus tensiones y desafíos.
Desde el comienzo de su carrera, Iván Ilich adopta una regla vital que guía todas sus acciones profesionales: mantener su trabajo libre de cualquier elemento personal o emocional que pudiera perturbar el correcto desenvolvimiento de las causas judiciales. Esta filosofía de vida se refleja en su actitud distante y profesional: «Había que esforzarse por dejar al margen de todas esas actividades cualquier elemento vivo y palpitante, que tanto contribuyen a perturbar el correcto desenvolvimiento de las causas judiciales.»
Iván se asegura de que sus relaciones se limiten exclusivamente al ámbito laboral, evitando cualquier tipo de conexión personal más allá de lo estrictamente necesario. Su objetivo es llevar una vida «fácil y agradable», y para ello, evita involucrarse emocionalmente con su trabajo. Este enfoque le permite mantener una distancia profesional en todas sus interacciones, asegurando que su vida personal permanezca intacta y sin complicaciones.
A través de este relato, Tolstói nos muestra cómo Iván Ilich construye una fachada de éxito y perfección, mientras en su interior, su vida carece de auténtica conexión y significado. Esta dicotomía entre la apariencia externa y la realidad interna de Iván es un tema central en la obra, subrayando la vacuidad de una vida vivida solo para cumplir con las expectativas sociales.
Asimismo, Iván Ilich pronto se desencanta de la vida conyugal, encontrando que el matrimonio no le ofrece la felicidad que esperaba. En respuesta a esta desilusión, decide reducir su relación matrimonial a las satisfacciones materiales y superficiales que puede obtener de ella. Tolstói lo describe con precisión: «una mesa puesta, un ama de casa, un lecho—, y, sobre todo, ese respeto por las formas exteriores sancionadas por la opinión pública.»
Iván comienza a ver su matrimonio simplemente como una serie de conveniencias y formalidades, centrándose en aspectos externos como una casa bien ordenada, una esposa que cumple con sus deberes domésticos y una vida sexual adecuada. Más importante aún, valora el respeto por las formas exteriores sancionadas por la opinión pública, lo que significa que mantiene las apariencias para satisfacer las expectativas sociales, aunque en su interior esté profundamente insatisfecho.
La enfermedad
A pesar de que su enfermedad inicialmente no lleva a Iván Ilich a replantearse su vida pasada, sí le hace percibir que hay algo falso en la manera en que su mujer, sus amigos e incluso los médicos lo tratan. Todos a su alrededor se esfuerzan por ignorar la realidad que él ya no puede evitar: que está al borde de la muerte. Sin embargo, hay una excepción notable: uno de los criados, Guerásim, quien muestra una verdadera compasión y afecto por su señor.
El encuentro con Guerásim, alguien que no vive solo para sí mismo, representa un punto de inflexión en la vida de Iván Ilich. A través de la sinceridad y el cuidado genuino de Guerásim, Iván experimenta por primera vez una conexión humana auténtica. Este descubrimiento es profundamente impactante para Iván, quien hasta entonces había estado rodeado de hipocresía y superficialidad.
Tolstói describe este descubrimiento con gran belleza, mostrando cómo la auténtica compasión de Guerásim contrasta con la indiferencia de los demás y provoca una transformación interna en Iván. Este momento de verdadera humanidad le permite a Iván comenzar a reflexionar sobre el verdadero significado de la vida y la muerte, iniciando un proceso de introspección que cambia su percepción de su existencia.
Iván Ilich se daba cuenta de que todos los que lo rodeaban minimizaban el acto terrible y espantoso de su muerte, tratándolo como si fuera una contrariedad pasajera e incómoda. Se comportaban con él de manera superficial y desinteresada, como si su presencia fuera una molestia momentánea, similar a alguien que, al entrar en un salón, difunde un mal olor. Esta actitud reflejaba el decoro hipócrita al que él mismo se había sometido a lo largo de toda su vida, sin que nadie realmente comprendiera la gravedad de su situación.
Iván veía con claridad que nadie lo compadecía, porque no había nadie que estuviera dispuesto a entender su sufrimiento. Sus amigos, su esposa y los médicos eran incapaces de ver más allá de las apariencias y la superficialidad, lo que lo hacía sentir profundamente solo y desolado.
Solo Guerásim, uno de los criados, lo comprendía y lo compadecía. Guerásim, con su genuina empatía y compasión, se destacaba como la única persona con la que Iván se sentía a gusto. A diferencia de los demás, Guerásim mostraba una autenticidad y sinceridad en su trato con Iván, ofreciéndole un respiro de la falsedad e indiferencia que lo rodeaban. Esta conexión humana auténtica permitía a Iván encontrar un poco de consuelo y comprensión en medio de su sufrimiento, marcando una diferencia significativa en sus últimos días.
Guerásim era el único que no mentía. A diferencia de los demás, comprendía claramente la gravedad de la situación de Iván Ilich y no sentía la necesidad de disimularlo. Mostraba una auténtica compasión por su extenuado y consumido señor, ofreciendo un consuelo genuino que Iván no encontraba en ningún otro lugar.
Guerásim no solo entendía lo que estaba sucediendo, sino que también expresaba abiertamente su comprensión y empatía. En una ocasión, cuando Iván Ilich le ordenó retirarse, Guerásim le respondió con una franqueza conmovedora:
—Todos tenemos que morir. ¿Por qué no molestarse, pues, un poco por los demás?
Estas palabras reflejaban la sencillez y sabiduría de Guerásim, y su disposición a sacrificarse y cuidar de los demás en sus momentos más difíciles. Su actitud contrastaba fuertemente con la hipocresía y el egoísmo de los otros personajes, subrayando la humanidad y sinceridad que Iván Ilich encontraba en él.
La muerte
Lo impactante de la novela de Tolstói es que muestra que no es únicamente el protagonista, Iván Ilich, quien vive despreocupado de los demás. Todos los personajes llevan una vida vacía y superficial, rechazando cualquier cosa que les pueda recordar la existencia del sufrimiento y la mortalidad. Están ciegos ante la realidad, y solo el dolor y la perspectiva de la propia muerte pueden hacerles descubrir, al igual que Iván, que su conducta “no es en absoluto la que debería haber sido”.
La novela plantea una pregunta fundamental: ¿Cómo debería haber sido la vida de Iván? Este cuestionamiento emerge con fuerza en el lecho de muerte del protagonista, cuando él finalmente se enfrenta a la realidad de su existencia. Iván se da cuenta de que su vida, centrada en las apariencias y las expectativas sociales, carecía de verdadero significado y autenticidad.
Tolstói utiliza la transformación de Iván para explorar temas universales como el sentido de la vida, la autenticidad y la autoevaluación. Al final, Iván se pregunta qué es lo que realmente importa en la vida y cómo debería haber vivido para encontrar una auténtica satisfacción y paz interior. Esta introspección tardía es lo que hace que la novela sea tan poderosa y conmovedora, ofreciendo una profunda reflexión sobre la condición humana y las prioridades de la vida.
El personaje de Guerásim es la respuesta de Tolstói a la pregunta de cómo debería haber sido la vida de Iván Ilich. El joven siervo no hace nada “especial” por su señor. La mayoría del tiempo simplemente le mantiene las piernas en alto, como Iván le pedía. Sin embargo, mientras los cuidados de Praskovia, la esposa de Iván, son fríos y carentes de interés genuino por su marido, lo que los hace desagradables para él, Guerásim pone el corazón en lo que hace.
Guerásim muestra una verdadera compasión. Su amor y cuidado genuino se hacen notar, y este afecto sincero hiere el corazón egoísta de Iván, obligándolo a recapacitar sobre su propia vida y conducta. A diferencia de los demás, Guerásim no solo realiza sus tareas, sino que lo hace con un profundo sentido de humanidad y empatía.
Este contraste entre los cuidados mecánicos y fríos de Praskovia y la auténtica compasión de Guerásim es significativo. Guerásim le dice a Iván: “¿Por qué no molestarse, pues, un poco por los demás?”, una simple pero poderosa pregunta que refleja su filosofía de vida altruista. Esta actitud de desinteresado cuidado es lo que finalmente lleva a Iván a una profunda introspección y le ayuda a encontrar un sentido más auténtico y significativo en sus últimos días.
La vida de Iván Ilich, aunque perdida en muchos aspectos, es enmendada en el último momento. Esta redención final es posible también gracias a su hijo pequeño, quien, quizás debido a su inocencia y juventud, aún es capaz de compadecerse sinceramente de su padre.
En un momento crucial, el hijo se desliza sin hacer ruido en la habitación de su padre y se acerca al lecho. Iván Ilich, en su agonía, sigue gritando desesperado y agitando los brazos. En su agitación, una de sus manos cae sobre la cabeza del muchacho. El niño, en un gesto de profunda empatía y amor, toma la mano de su padre, la aprieta contra sus labios y se echa a llorar.
Este acto de verdadera compasión y cariño del hijo contrasta fuertemente con la frialdad y el desinterés mostrados por otros personajes a lo largo de la novela. La presencia consoladora del hijo proporciona a Iván Ilich un último momento de conexión humana genuina, permitiéndole experimentar un sentimiento de paz y amor en sus últimos instantes de vida.
En ese preciso instante, Iván Ilich se precipitó en el fondo del agujero, una metáfora de su enfrentamiento final con la muerte. Vio la luz y descubrió que su vida no había sido como habría debido ser, pero que aún estaba a tiempo de remediarlo. En un momento de introspección, se preguntó cómo debería haber sido su vida, y luego guardó silencio y se quedó escuchando.
Entonces, se dio cuenta de que alguien le estaba besando la mano. Al abrir los ojos, vio a su hijo, y sintió pena por él. Este sentimiento de compasión fue un cambio profundo en Iván, quien hasta ese momento había estado consumido por su propio sufrimiento. También se acercó su mujer. Iván Ilich la miró y, con la boca abierta y las lágrimas cayéndole por la nariz y las mejillas, ella lo contemplaba con una expresión desesperada. Iván Ilich sintió pena también por ella, reconociendo finalmente el dolor y la humanidad de los que lo rodeaban.
Este momento de empatía y compasión marca una transformación significativa en Iván Ilich, permitiéndole encontrar paz en medio de su agonía. La comprensión de que todavía puede remediar su vida a través del amor y la compasión, incluso en sus últimos momentos, le otorga una redención final.
«Sí, los estoy atormentando», pensó Iván Ilich. «Les da pena, pero estarán mejor cuando haya muerto.» Intentó pronunciar esas palabras, pero no tuvo fuerzas para articularlas. Reflexionó para sí mismo: «Además, ¿para qué hablar? Lo que hay que hacer es actuar.»
Con la mirada, señaló a su hijo y le dijo a su mujer:
—Llévatelo… Me da pena… También me da pena de ti…
Quiso añadir la palabra «disculpa», pero en lugar de eso, dijo «culpa». Como ya no tenía fuerzas para corregirse, hizo un gesto con la mano, sabiendo que quien debía entenderlo lo entendería.
Por primera vez en su vida, Iván actúa pensando en los demás. Desea evitar que sus familiares lo vean morir, y llega a pedir perdón a su mujer, a quien tanto había mortificado durante su enfermedad. Este último acto, un acto libre de amor, verdaderamente redime la vida de Iván y le permite perder el miedo a la muerte.
El sentido de la vida, como bien recuerda Guerásim con su ejemplo, es más una realidad que acoger con el corazón que un problema que resolver con nuestra cabeza o con una existencia centrada en el propio bienestar. La experiencia del dolor, que tantas veces parece un obstáculo para la felicidad, es lo que nos capacita para vivir una vida dedicada a los demás.
Como concluye Alexandre Havard en su bello libro sobre el corazón: “El hombre ha sido creado para ser amado, pero es en el sufrimiento donde este amor, de una manera misteriosa y paradójica, se comunica más eficazmente.” Son los demás quienes llenan de sentido la vida. Confiemos en la sabiduría de Tolstói.